sábado, 12 de junio de 2010

UN LIFTING DE CORAZÓN


Mi hermana y yo pasamos mucho tiempo juntas. Ella envejece lentamente y yo con rapidez. Dicen que las rubias somos de peor calidad.
Me pongo delante del espejo del ascensor y tiro de la piel de la cara hacia arriba. Mi hermana me mira con el ceño fruncido.
—Así era antes, así soy ahora, antes, después, antes, después…—repito mientras estiro y aflojo la piel, que por la maldita ley de la gravedad va cediendo día a día.
Me encanta hacer eso, porque ella se tapa los ojos y ahoga un gemido de disgusto mezclado con una media sonrisa. Sabe que mi intención es escandalizarla.
Luego añado:
— Cuando tenga dinero me pondré hilos de oro.
Y ella resopla un poco más.
El viaje en ascensor es rápido, así que la broma dura poco.
La vida es mucho más larga, pero la oxidación se apresura.
Hoy me ha traído un manojo de páginas de una revista del corazón. Las había arrancado para mí.
Ha entrado en casa y las ha sacado del bolso. Páginas arrugadas con fotos glamurosas de la última entrega de los Oscars. Las ha alisado bien con la mano, para que no me perdiera detalle.
—Mira, ¿ves? — me ha dicho mientras señalaba con un dedo la foto de una celebridad que sonreía a la cámara y adornaba su gesto con reales patas de gallo.
—Y mira esta otra y esta, y esta…
En un momento tenía a una docena de bellísimas actrices fotografiadas sin ninguna compasión. En primer plano, patas de gallo, descolgamiento del mentón, arrugas de expresión, surcos nasogenianos marcados, flaccidez del contorno del óvalo (como veis estoy muy puesta). En fin un carnaval de realidad.
Lo he pasado pipa mirando las fotos delante de mi hermana y convenciéndola de que estarían mucho peor si no se hubieran retocado. No estaba dispuesta a perder esos momentos en el ascensor con ella.
Luego he vuelto a hacerle el jueguecito de sube y baja delante del espejo de mi salón. Me temo que con tanto sube y baja estoy contribuyendo a acelerar mi vejez.

Mi madre pasaba la vida regañándome por mi afición a hacer muecas y a deformarme la cara delante del espejo. Me advertía del peligro que suponía eso para mi piel. Pero yo aprendí a hacer muecas para sobrevivir a otras cosas peores que las arrugas. Mis muecas hacían reír a mi madre y evitaban—la mayoría de las veces— las peleas entre mi padre y ella. Mi corazón no podía soportarlo.
El corazón se hace viejo a otra velocidad. A veces antes de tiempo, otras permanece Peter Panesco, toda su vida. Benditos inconscientes.
Sin embargo el lifting de corazón es mucho más eficaz que el de cara.
Yo siempre me sentí vieja, desde pequeña.
Ha llegado la hora de hacerme un lifting de corazón.
La vejez me asusta, me confieso a mí misma mientras me miro reflejada en una de las ventanillas del metro. Y descubro que ya no me gusta mirarme al espejo y eso me obliga a mirar hacia otro lado.
Ahora miro a la gente, miro la calle, miro a mi hermana, a mi hermano, a mi padre, a mis amigos.
Ahora miro mi casa, mis libros, a mis alumnos, a mis compañeros de trabajo, mis escritos, mis dibujos.
Ahora miro mis recuerdos y mis sueños.
El espejo ocupaba demasiado espacio para poder mirar todo esto.
Un lifting de corazón. Eso es lo que estoy haciendo. Y sin pagar ni un euro.
Me meto en el ascensor con mi hermana, me giro hacia el espejo y le digo:
—Antes, ahora, antes ahora, antes, ahora…
Mi hermana se tapa los oídos y comenta algo sobre mi obsesión. Luego nos reímos y un sinfín de patas de gallo recorren mis ojos.
Mientras nos reímos, mi corazón se estira, se hace grande, se hace joven.

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