sábado, 12 de junio de 2010

ZEN He dejado de pelear, he renunciado a las batallas emocionales y se me ha quedado un espacio de alquiler. Hoy he puesto un anuncio en el Segunda Mano: Se alquila espacio emocional, rellénese a ser posible con bondades. Como nadie me ha contestado al anuncio, lo he redactado de otra forma: Señorita restaurada precisa de decorador. Me ha llamado un chico joven que me ha preguntado qué era lo que quería decorar. Se lo he explicado: —Tengo vacíos emocionales que no sé cómo rellenar. Una buena amiga que ha hecho un cursillo de Zen me ha echado un cable: —Aprende a disfrutar de las cosas pequeñas y cotidianas, verás como encuentras mucha paz en ellas. Es que te has acostumbrado a los melodramas y eso te ocupaba mucho espacio. Como yo soy muy literal me he comprado una cortaúñas y un dedal que me han parecido cosas bastante pequeñas, comparadas con los holocaustos emocionales a los que he estado acostumbrada. Para ahorrar tiempo he tratado de disfrutar de las dos cosas simultáneamente. Así que me he colocado el dedal en un dedo (¿dónde si no?) y al mismo tiempo he tratado de cortarme las uñas con mi recién adquirida guillotina podal. El resultado ha sido una masacre sin precedentes que me ha obligado a escaldarme el dedo gordo del pie para evitar una infección. Si el dedal hubiera sido más grande podría haberlo usado a modo de escudo protector. En cambio lo he vendado y he andado coja un par de días. Dos días más tarde tenía un uñero de los clasificados según el podólogo como Natrum Sulphuricum. Al parecer existen mucho tipos de uñeros, los hay que producen fiebres y escalofríos y otros que te dejan el dedo azulado. El mío es el de color azul. Esta pequeñez me ha obsequiado con un desasosiego que me ha ocupado varios días. Y tendrá razón mi amiga Después de leerme toda la información que había en internet sobre los uñeros azulados y de prometerme a mi misma no volver a participar en los chats sobre zócalos corporales, me he preguntado si quizá no sentía esa paz tan anhelada porque aún no había elegido algo lo suficientemente pequeño, así que he bajado a la ferretería y me he comprado una caja de chinchetas de las más pequeñas que he encontrado. El dueño de la papelería tenía la radio puesta a todo meter con “Esta vida loca” de Francisco Céspedes, al que Dios confunda, y me he dicho que esta otra pequeñez cotidiana, lo de tener la radio a toda pastilla noche y día, ciertamente ocupaba mucho espacio emocional. El problema es cuando el espacio emocional que ocupas es el del otro. El dueño de la papelería acompasaba la sufriente canción con una pequeña minusvalía que le hacía cojear y que ha hecho que comprar una caja de chinchetas durara más de un siglo. He vuelto a casa sintiéndome inútil en esto de disfrutar de las pequeñeces y he llamado a mi amiga que me ha hecho una revelación que me ha aclarado el meollo del asunto. — No tiene que ver con las cosas, es cómo las miras. — ¿Y cómo tengo que mirarlas?— le he preguntado humildemente. — Tienes que mirarlas con amor— me ha dicho. He colocado los tres objetos frente a mí, el dedal el cortaúñas y las chinchetas y me he dedicado unos minutos a mirarlas con todo el amor que era capaz de sentir por el latón y otros metales, que adivino que no es mucho. Finalmente los he metido en una caja en la que también guardo algunas fotos de carné viejas en las que no me reconozco. Leo la definición de pequeño en el diccionario y entre todas reparo en una: Bajo, abatido, humilde y no sé por qué me he acordado de la señora que me limpia la casa los sábados. Entonces he pensado que lo de amar lo pequeño y cotidiano es una actividad que debería de estar bien delimitada. Y ahora resultará que el Zen es para ricos, porque no me puedo imaginar a la señora de la limpieza mirando con amor los veintisiete euros que le pago por deslomarse tres horas en mi casa, ni al señor que me va a pintar el salón embelesado con los kilos de aguaplast que va a tener que usar para alisarme el gotelé inmundo que repta por las paredes, ni al emigrante que toca en los vagones del metro amando lo cotidiano de su vida clandestina a hurtadillas de los vigilantes. Así que esto de amar lo pequeño y cotidiano es algo muy polémico de difícil dicción y entendimiento. A lo mejor lo mío tiene que ver con aceptar que uno está solo, que la vida puede ser mortalmente repetitiva y que sin darme cuenta me he quedado atrapada en el tiempo, solo que en mi película ni siquiera celebramos el día de la marmota. He sacado la foto de carné y la he clavado con una chincheta en la pared de mi dormitorio. Todas las mañanas abro los ojos y me pregunto si alguna de estas descubriré que la de la foto es otra yo que vive una vida emocionante sin cortaúñas asesinos, ni enfermedades azuladas, ni cantos dolientes de pega. En la que las cosas pequeñas son eso, cosas pequeñas que ocupan poco espacio y las grandes e importantes están dignamente resueltas. Por cierto, la foto de carné es muy pequeña y yo he perdido vista, seguro que por eso no consigo reconocerme. Una pequeñez sin importancia.

3 comentarios:

  1. no mires la foto, ese es el gran error, mejor cierra los ojos , relajate y recuerda que era aquello que perdiste en tu hermosa decoracion interior y al abrirlos, vuelve a poner en practica ese dote de decoradora que llevas dentro.....

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  2. No sé por qué pero en un momento de despiste he leído: "la foto de carne" en vez de "la foto de carné". Y me ha pareceido todo un poema ¿Te imaginas, fotos de carne?
    He querido ponerte un comentario en "El Alma" (también hubiera querido ponertelo en el alma), pero no he podido así que te lo pongo aquí: ¡Estupendo! eh, que lo sepas, me parece buenísimo. Que idea esa tan bonita y tan probable, no sé de dónde la has sacado pero estoy seguro que es así, lo veo hasta científico. Efectivamente, eso me aclara tantas cosas. Parece que el alma no tiene ninguna prisa por ir a ningun lado, de estos horizontales, geográficos. Pero luego tiene bastante prisa por dejarnos definitivamente, cuando nos morimos es lo primero que se va, a veces incluso se ha ido antes de la muerte clínica, algunos an vuelto sin ella. Claro que también hay algunos que nacen sin ella; esos, los desalamados.
    Será que sabe sabe que éste no es lugar para almas.
    En fin, sólo quería decirte que me ha gustado mucho.

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