sábado, 12 de junio de 2010


CAOS

Saco el bonometro e intento abrir con él la puerta de mi casa, después de algunos forcejeos descubro que además no es mi casa sino la del vecino de abajo. Del bonometro mejor ni hablar. Al entrar en casa agarro el mando a distancia del dvd y trato de hablar con él con mi mejor amiga. No satisfecha con las señales inequívocas de que hoy no es mi día, me esfuerzo en rebobinar una cinta de VHS con mi teléfono móvil y termino enviando mensajes masivos a todos mis contactos, que por supuesto me cuestan un riñón. Para desahogarme me conecto a internet a ver si chateo con algún amigo y contesto por error a la llamada de un tal Mohamed Alí, un contacto que se me ha colado en Skype, dios sabe cómo. Al mismo tiempo envío sin querer un fax a un paradero desconocido y fotocopio mi mano— doce veces—, que he apoyado en la pantalla del escáner. Una ola de calor iracundo contra mí misma me recorre y trato de conectar el aire acondicionado con un aparato que resulta ser el teléfono inalámbrico— que se ha quedado sin batería afortunadamente—y que se resiste, lógicamente, a encender el aire. Sin embargo súbitamente todo tiene vida propia y el timbre del teléfono comienza a sonar a través de la impresora multifunción Brother LC980BK mientras la luz del fax parpadea incesantemente y sin que yo pueda contestar a la llamada, el alimentador del papel de la fotocopiadora se traga un centenar de folios y los escupe por el otro lado y el escáner recorre la pantalla una y otra vez ,acontecimientos que provocan en mí una creciente ansiedad y un trasiego de idas y venidas del sofá al fax y miradas suplicantes para que se sea quién sea cuelgue de una vez. Me desplomo sobre la butaca dispuesta a renunciar a cualquier iniciativa por mi parte y me siento sobre el mando del aire acondicionado que exhala toda su potencia sobre mi cabeza. Lanzó una pregunta al aire: —¡Dios mío qué quieres de mí! —y de refilón me miro en el cristal de la ventana. Visto lo visto decido que lo mejor es que hoy no haga nada sino arreglarme el pelo y al tratar de conectar las tenacillas descubro que he enchufado la máquina de masajes de electroestimulación que compré hace unos años para realzar los pómulos; consecuentemente recibo una pequeña descarga alentadora que me realza el dedo índice. Desconecto la máquina, apago las luces saco todas las pilas de todos los objetos pequeños y con botones que me rodean, quito los plomos y medito en la oscuridad. Recapitulo y recuerdo que todo empezó cuando al despertarme me detuve un segundo para decidir si era mejor empezar el día desayunando o duchándome y metí el pie en la zapatilla equivocada.
Tengo un problema para tomar decisiones tontas, como qué desayunar, o si es mejor fregar antes de vestirme o después. Intuyo que no son tan tontas y que el orden de los factores sí que altera el producto, o si no traten de encender las luces sin haber conectado los plomos antes. Yo llevo una media hora intentándolo.
Si hay alguien que aún cree que la vida de los demás es más fascinante que la suya propia, que me haga una llamadita.

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