sábado, 12 de junio de 2010

MOHO


Ayer hice la prueba.
Llamé a una vidente telefónica y cuando me preguntó qué era lo que me preocupaba contesté:
—Nada.
A pesar de todo, la buena mujer que estaba dispuesta a ganarse su sueldo y a conservar su prestigio como vidente, me obsequió con unas cuantas preocupaciones que se me pegaron como un rebaño de ovejas obedientes y cuando colgué el teléfono estaba preocupada por el calentamiento global, mi próximo despido, la futura hospitalización de un ser querido y un desengaño amoroso con alguien a quién aún no había conocido.
Esa misma tarde me gasté unos cuantos euros en comprar veinticinco barras de pan. Siempre que estoy preocupada compro cantidades ingentes de pan, ( sospecho que tiene alguna relación con eso de la memoria histórica, aunque aún tengo que investigarlo).

No tener preocupaciones no es rentable. Cuando estamos preocupados consumimos; da igual si nuestras preocupaciones son reales o imaginarias. Gastamos más dinero que cuando estamos tranquilos y somos felices. La felicidad es barata

Yo os invito que abandonemos las preocupaciones y compremos una sola barra de pan, la que vamos a comernos hoy. Las demás, si no las congelas, se te llenan de moho, ese moho verdoso que contagia todo lo que hay alrededor. Y es que las preocupaciones son como el moho. Se contagian.

Esta noche he vuelto a llamar a la vidente y cuando me ha preguntado qué me preocupaba, le he contado lo del calentamiento global, mi preocupación por mi despido, mi pena por mi propia hospitalización—como soy hipocondríaca he pensado que sería yo misma— y mi rabia por mi futuro desengaño amoroso justo cuando voy a ser hospitalizada. La mujer ha tardado unos segundos en contestarme —yo creo que me ha reconocido y conmigo a sus predicciones—, y luego me ha convencido de que todo se iba a arreglar “para bien” (ignoro si hay alguna forma de arreglar las cosas “para mal”).
Cuando he colgado el teléfono estaba mucho más tranquila, tanto, que he olvidado congelar el pan.
De madrugada me he despertado inquieta y he metido las veinticinco barras en el congelador. Gracias a Dios aún no le habían dado tiempo a enmohecerse.

Debería de existir un congelador para las preocupaciones y sacarlas de una en una, para consumirlas en el día y no enfrentarse a la siguiente hasta haber resuelto la primera.
El jueguecito de la vidente me ha costado una fortuna. Eso sí que es preocupante, que con tanto experimento no llegue a final de mes.

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